lunes, 31 de enero de 2011

CADA VIDA



Ya había mencionado en el posteo anterior que la situación de marginalidad que atraviesan inmensos sectores de la población en la etapa infantil y la adolescente es producto de las políticas públicas abandónicas de la década del ‘90. Cual tsunami que desbasta derechos, el Estado profundizó la pobreza en un país ya pobre.
Las oportunidades para alcanzar una buena calidad de vida fueron dejando de ser un horizonte. Nada más lejano a sus vidas cotidianas.
En las escuelas l@s docentes trabajamos con las sanciones reparadoras (¿esta bien que generalice, no?). Cuando un niño o niña realiza algo que quiebra la buena convivencia, se reflexiona conjuntamente y se busca alguna forma de reparación. Si mi compañer@ me prestó un lápiz y se lo perdí, debo comprarle uno similar. Es el inicio de un proceso que educa en la responsabilidad. Hablar de responsabilidad – además de ser algo gradual – es buscar como meta la autonomía del sujeto que aprende y también – aunque muchos no lo comprenden – educar para la merma de la impunidad.
Cuando hablamos de chicos y chicas de 14 años no hablamos de un régimen penal juvenil porque apenas si son adolescentes. Si además hablamos de chicos y chicas de 14 años en situación de vulnerabilidad social, con poco o nada de escolarización estamos aún más lejos de la conceptualización que la sociedad tiene de la juventud. ¡Son niños que no han alcanzado aún el pensamiento abstracto! Una sanción – hasta para el delito más aberrante, grave y trágico – tiene que ser acorde a la capacidad cognitiva de comprensión de la persona que lo cometió. El Estado – que no logró aún revertir los efectos de los 90 – debe intervenir en prevención y en programas contenedores, reparadores de justicia, educación, de salud, de cultura del trabajo. Programas con estrategias personalizadas a cada historia, a cada vida desgarrada.

Imagen: "Encerrados" de artista plástico y crítico de arte Ángel Leiva.

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